Después de Rimet
Por: María Reyes / @maria_FerGR
Ayer me fui a dormir pensando en Messi. Me encantaría pensar que es un privilegio para el astro argentino, pero imagino que toda la comunidad futbolística que aprecie mínimamente el arte y la técnica del juego se fueron a dormir pensando en él. No sé si es mejor o peor esto de la discordancia horaria; cuando nosotros dormimos, en España han pasado muchísimas cosas que alteran nuestra visión del mundo como lo conocemos, y despertamos sólo para ponernos al corriente de las declaraciones y noticias. Si estuviéramos despiertos al mismo tiempo, tal vez nos bombardearían las fake news y sería indigerible el día laboral. No sé. Pero me fui a dormir con una preocupación pequeñita y desperté con un ansia voraz.
Lio Messi, tras mucha especulación después del 8-2 (el autogol no debería contar, es casi una burla), ha comunicado su deseo de dejar el Barça tras veinte años de historias y momentazos. Después de Xavi, ha sido el jugador con más partidos en el Barcelona, el único argentino del top 5 de esa lista. Veinte años. Hace veinte años, me gradué de pre-primary en ballet, entré a la primaria, dejé de ser hija única. Y desde hace veinte años ha sido el orden de las cosas ver a Messi en el Barça, como si desde pequeña hubiera crecido con la idea de que son uno mismo, Messi y Barça. Hay poca vida antes de esa era y, ahora, nos enfrentamos al vacío del después.
Aristóteles y los antiguos hablaban de los ciclos, aplicados a las civilizaciones. Las transformaciones del mundo se explicaban por una sucesión de eras (oro, plata, bronce, por ejemplo), cada una con un desarrollo natural cíclico de crecimiento, apogeo y declive. Esta última etapa, el final de una ciclo, consiste en la perfección de las cosas. Aquello que no tiene límite, se considera como incompleto; por tanto, todo lo que crece tiene que morir. ¿Qué pasa cuando algo muere? Un nuevo comienzo. Así, los ciclos se suceden en una serie perpetua de nuevos comienzos, cada uno internamente perfecto. Después, como humanidad regida por Occidente, nos deshicimos un poco de la idea del eterno retorno, pero a mí personalmente me satisface. El círculo vicioso (no en un sentido moral, sino en su capacidad de repetirse) es el centro de todo.
Pensándolo así, no debería entristecerme la partida de Leo Messi y la caída del Barcelona F.C. como imperio, cuyo apogeo estuvo con Pep Guardiola y su decadencia ha sido lenta y dolorosa, como la de toda la civilización. Nos ha tocado ver a un gigante en el único equipo que le hacía justicia a su juego. Hemos presenciado la perfección futbolística y ahora toca un nuevo comienzo. Y trato de convencerme un poco de esto para no entristecerme porque, verdaderamente, no imagino qué será ahora del Barcelona, ni de Messi, ni de mi afición. ¿Puede uno seguir siendo fiel al Barcelona tras los catastróficos errores de quienes debían procurarlo? Independientemente de Messi, el Barça era un imperio, era la historia del mundo, era el mejor Club. Y ahora no. O, al menos, no volverá a ser lo que era, pues cada intervención humana lo destruye y dudo bastante que encuentren una reconfiguración tan gloriosa como la que perdimos.
De aquí, de esa tristeza, asombro y dolor, me salen pensamientos bien interesantes. Primero, uno se imagina lo sublime como doloroso y bello al mismo tiempo: la final de la Champions en Estambul 2005 fue sublime; el maracanazo fue sublime. El final de las cosas debería ser sublime siempre para que el mundo fuera un sitio verdaderamente hermoso, cargado de emoción, que te deje sin aliento. El final de Messi será un 8-2:un constante recuerdo de todo lo que estaba roto, de lo poco que lucharon, de lo fácil que fue para el Bayern destruir anímicamente al mejor equipo del mundo, sin público, sin apoyo, el recuerdo mundano de que ni Messi fue suficiente. Y eso es bien triste, porque Messi merece un partido grande con su escuadra, el único equipo que lo apoyó cuando nadie más; un partido que, aunque se pierda, se sienta como si hubiera jugado como nunca, que no se arrepiente de haber estado de ese lado de la historia porque creía en algo: hacer futbol con el Barcelona.
Siguiente punto, el más importante para la afición. ¿Se termina la era de Messi? Pienso, por ejemplo, en equipos como el Real Madrid, que no perdieron nada cuando se fue Cristiano Ronaldo. En realidad, da igual ver a CR7 en la Juve o cualquier otro equipo, pero el Real Madrid ha mejorado bastante, a mi parecer, sin él. Lejos de morir, están perpetuando su ciclo. Pero el Barcelona se ha dedicado a aplanar la tierra para su propio entierro, incluso cuando Messi seguía vivo. Sin grandes inversiones de jugadores, restándole prioridad a los jugadores jóvenes que ha producido, firmando contratos millonarios sin reparo, sin armar equipo, con un plantel envejecido, con un técnico inhábil…, Bartomeu ha propiciado que su declive dependa sólo de un hombre. Un futbolista sorprendente, que todavía puede dar temporadas de impacto con un equipo que lo respalde. Entonces, Messi seguirá adelante, dándonos pequeños milagritos futbolísticos, y se retire finalmente en paz, sin escándalos ni groserías, con una transición deliciosamente suave hacia su vejez. Tal vez logre esa despedida sublime que anhelamos.
Al final, seguramente será un acuerdo económico relativamente pacífico: Messi no le debe nada al Barcelona, aunque puede que no recupere el tamaño o impacto mediático de los que gozaba en el cuadro. azulgrana. Pero el Barcelona habrá marcado el final de su sitio entre los grandes del futbol mundial, sitio que construyeron muchos otros antes que Messi pero que ha alcanzado su máximo propósito deportivo y político con él. Ser un Club de peso mundial que no ha perdido su ideología; marginal, incluso. Entonces, ¿estamos ante el final de qué? De una era, sí, la era del Barça como un Club promesa, sobreviviente, identitario, socialmente comprometido, políticamente apasionado.
Ese proyecto ha sido sostenido, incluso cuando parecía inútil, por dos actores: los jugadores y la afición. Habiendo perdido el respeto de ambos, nada de lo que haga en los próximo años el F.C. Barcelona igualará a la era de Messi. El futuro del Barcelona es desgarrador, sin títulos, sin ilusiones y sin cracks. El camino que hemos recorrido desde inicios del Siglo XX ha terminado; hasta aquí llegamos con la idea de que somos un equipo que se enfrenta a todo. El fútbol también es política. Como afición, nos compramos un proyecto político que mejore el futuro. Nuestro dilema hoy es que, si tuviéramos que votar, ¿lo seguiríamos haciendo por este Barcelona?