Historias de un joven reportero
Por: Gerardo Ruiz / @GerardoRuizPue
Una de las grandes adicciones que tienen los políticos son las mujeres.
Los escándalos sexuales de los políticos, en especial de los presidentes, no son exclusivos de ningún país. Le ha sucedido a Bill Clinton, de Estados Unidos; a François Holland, de Francia; a Carlos Saúl Menem, de Argentina; y México no está exento de ellos.
Nuestro país ha visto con morbo los affaires de los ex presidentes como Gustavo Díaz Ordáz con Irma Serrano; de Miguel Alemán con María Félix; de José López Portillo con Sasha Montenegro; y hasta de Carlos Salinas de Gortari con Adela Noriega.
Cómo olvidar en Puebla la relación infame que el ex gobernador Mario Marín sostuvo con la menor de edad Jessica Zamitiz. Las grabaciones de las tácticas con la que el góber precioso sedujo a la teenager de los Pericos Puebla fueron exhibidas en las elecciones del 2010 y la canción 17 Años de los Ángeles Azules se convirtió en el soundtrack de la vida del priista.
Por estas fechas, pero en el 2016, Mario Alberto Mejía me invitó a comer por segunda vez al Desafuero (la primera comilona con el quintacolumnista sirvió para hondear la bandera de la paz y sellar una amistad que hasta la fecha puedo presumir). Con el ex diputado local Gerardo Mejía de testigo, el director de 24 Horas Puebla y yo acordamos que llevaría esta columna a su periódico —que sólo se publicó una vez — e incluso me propuso encabezar un proyecto que a la postre ya no se formalizó.
Como es una costumbre en Mario Alberto, las comidas terminan en cena y luego en una noche de copas. La de esa tarde no sería la excepción.
Los dos Mejías, como siempre, discutían de la política española. El priista es un ferviente seguidor del PSOE y aseguraba que Pedro Sánchez sería el próximo presidente del gobierno español; mientras que el periodista se la jugaba por la victoria del PP, con Mariano Rajoy a la cabeza. La historia se pondría del lado de Mejía, Mario Alberto.
Mientras ellos se entablaban en su debate, yo los escuchaba con atención para conocer un poco más de la política de España y me fijaba en las personas que llegaban al Desafuero.
De pronto interrumpí a ambos para decirles que acaba de llegar Rogelio Cerda, ex delegado general del PRI en Puebla y quien estuvo a cargo del proceso electoral del año pasado en el que Blanca Alcalá perdió de manera estrepitosa contra Tony Gali.
— Acaba de llegar el delegado -les dije a ambos- se sentó en la mesa del fondo.
— Comí con él la semana pasada. Es un gran lector de poesía, como pocos políticos en el país. Es brillante, aseguró Mario Alberto.
— Yo le escribí a Estefan que comería con Mario Alberto -me comentó de manera sigilosa Gerardo Mejía, quien por ser tiempo electoral no quería ninguna malinterpretación-.
— ¿Qué tal, Mario? Saludó el delegado priista al quintacolumnista.
— ¿Gerardo, cómo vamos en el partido? Se refirió Cerda a su compañero priista.
— Joven, buenas tardes. Obviamente, esas palabras eran para mí.
Luego de recordar su comida de la semana pasada y unos cuantos versos, Rogelio y Mario Alberto se despidieron de manera temporal para que cada quien retomar sus asientos.
El ex secretario general de Gobierno de Nuevo León regresó a su mesa al fondo con dos personas que lo acompañaban.
Después de saludarnos, el delegado se notaba un poco ansioso. Hablaba con sus asistentes y señalaba la puerta de entrada. Uno de ellos se paró junto a esta y esperó ahí por diez minutos. Rogelio Cerda comenzó a comer, pero al poco tiempo interrumpió sus alimentos para dirigir la mirada al ingreso del restaurante.
Ahí, el asistente que hacía de vigilante, interceptó a dos mujeres —una era rubia y la otra tigreña. Ambas muy altas, más altas que el priista— que portaban vestidos entallados, zapatillas y bolsas caras. El enviado de Cerda ayudó a ambas con las maletas que llevaban consigo, eran maletas de viaje. Al parecer venían de otro lugar.
Las damas fueron sentadas en el extremo opuesto del lugar y de la mesa del delegado para no llamar la atención, pero su sola presencia provocaba que las miradas de los comensales siguieran cada uno de sus movimientos.
Después de unas horas, Rogelio Cerda terminó de comer y se despidió a lo lejos de nosotros, quienes ahora debatíamos de las posibilidades del PRI de ganar la elección pasada. En realidad no había posibilidades para el tricolor y los tres lo sabíamos.
Cerda salió del Desafuero escoltado por uno de sus acompañantes. El otro que estaba en la misma mesa con las señoritas fingió esperar un rato, pero fue muy poco el tiempo y salió casi enseguida que el delegado priista.
El gran menú del Desafuero seguro no fue lo mejor de ese día para Rogelio Cerda.
Como diría el clásico “la nalga es la nalga”.