Después de Rimet
Por: María Reyes / @maria_FerGR
Ayer, durante una socorrida y altruista actividad, se me acercó Mi, un aficionado a los videojuegos de todo tipo, hincha moderado del Real Madrid, y conocedor de todo tipo de lesiones físicas por el loable esfuerzo deportivo. En realidad, Mi es la persona a la que recurro cuando tengo una torcedura de cuello, dedos acalambrados o dolor del alma. Además de su avanzado conocimiento fisioterapéutico, en nuestros breaks Godínez, me presume sus logros en FIFA (como lesionar a Messi repetidamente), fomentar actitudes anti deportivas en el mundo virtual y lograr rachas de victorias consecutivas hasta altas horas de la madrugada.
Entonces, se me acercó con la intención de preguntarme sardónicamente si había visto “la reta de FIFA” que fue el 8-2 Barça vs. Bayern: ¿Cómo, si era partido de verdad? Tuve que resistir un poco las burlas de quien sabe que la posición culé es indefendible, pero después me atacó con una observación buenísima, que yo había olvidado desde mi burbuja de víctima. El PSG, dijo, está siendo toda una revelación para mí. Están jugando bien, despuntan, tienen ritmo, corren. Tienen jóvenes que juegan como jóvenes.
Eso, el jugar joven, no se me había pasado por la cabeza más que para definir a alguien que tuviera una condición física excelente y trabajara rutinas pesadísimas de cardio; esencialmente, alguien que pudiera correr durante 90 minutos sin parar de un lado a otro de la cancha. Pero esa frase, que no sé realmente analizar porque le he puesto poca atención al PSG, me recordó a la idea de redefinición del juego. Imagino que hace mucho, se trataba de perseguir un balón roído; después, se perfeccionaron las posiciones, luego el juego táctico, la defensa, el 4-4-2 y demás alineaciones, un 9 falso y la veneración del crack 10, y todas esas cosas que hoy escuchamos cotidianamente. Pero no me había puesto a pensar que, quizá, muchos equipos juegan como ya veteranos de guerra. ¿Qué es, entonces, jugar joven, fuera del vigor propio de un chavito de 20 años?
Esto, a la vez, me suena por la irremediable verdad de que el Barça es un geriátrico, un equipo de grandes astros que dejaron de invertir hace mucho en talento para concentrarse en la producción de jugadores. Hoy, tenemos una plantilla de treintones y poca participación (al menos en la gestión del endiablado ancianito Setién) de los jóvenes como Puig o Ansu.
Hace un tiempo, me recomendaron The English Game, una serie bellísima (estéticamente, digo) que recuerda el estilo de Downton Abbey y las grandes series británicas, dramas de época erosionados con una fotografía de impacto, subtemas sociales y música espectacular. El primer episodio de The English Game, sin embargo, me impactó muchísimo porque haba de esas cosas propias del futbol que se nos olvida a menudo, como los Derbys y el derecho de la clase obrera a disputar una final en la FA Cup. En ese episodio, Arthur Kinnaird se enfrenta a la novedad: Fergus Suter, un jugador irlandés que viene a revolucionar el equipo de los obreros de Darwen. Kinnaird, ya veterana estrella del futbol, tiene un estilo de juego rudo, caracterizado por el exceso de fuerza bruta y una especie de pesadez propia de su clase, como si el campo le perteneciera. Contrariamente, Suter juega como los revolucionarios del juego: con formaciones más abiertas que les facilitan los pases sin tanto degaste físico y sin entrar en contacto con el músculo de Kinnaird y los Old Etonians.
Independientemente de las licencias artísticas que los creadores de la serie se tomaron, me recordó un poco al juego organizado del PSG. La inteligencia del Tuchel ha sido tal que el equipo, en ataque, se organiza en un movimiento de 4 atacantes, donde Mbappé desequilibra con velocidad y potencia por la izquierda, y Di María, Neymar e Icardi son fundamentales. Estos jugadores, también versátiles en la defensa, regresan a una formación defensiva que los hace casi impredecibles. A la calidad de arriba, le sumamos la actitud de cada uno de los jugadores, que no he visto desde los buenos tiempos de los brasileños de carnaval.
Fiel a sus esencia, el PSG tiene jugadores grandísimos que están sumamente comprometidos con el equipo sin sacrificar sus individualidades. La escuadra realmente hace que parezca sencillo despuntar en el centro. La ofensiva corre tras el balón, lo persiguen hasta los rincones donde nadie lo seguiría, con un toque potente marcan gol, se adelantan al remate antes de que la defensa contraria salga, tienen potencia hasta cuando celebran. Disfrutan la soltura del centro y la picaresca del balón.
Hace poco escuchaba que el PSG no ha sido mejor en esta versión que la del año pasado o antepasado, sólo ha sido una mágica cadena de casualidades que le presentan una situación favorable. ¿Será así? ¿No estamos frente a un juego brutal de Neymar que así mucho no veíamos? ¿No estamos embobados todos con el pedazo de juego que hizo el PSG? ¿No encontramos una técnica de juego que se compara con un Barça joven, fresco? Pensamos en esto, aún con la desventaja de jugar en Francia, donde no hay equipos a la altura de un Bayern o un Real Madrid, y no puedo evitar pensar que tal vez es este, la fuerza en el repliegue y furia en el ataque, el primer síntoma de que el juego europeo ha dejado de ser el de los grandes treintones para darle oportunidad al de los veinteañeros de acero.